Filippovka, un yacimiento que se localiza cerca de la ciudad rusa de Ufá, a unos 1.500 kilómetros al sureste de Moscú, es uno de los lugares de enterramiento más ricos e importantes de los sármatas, el pueblo iranio que pobló las estepas de la actual Rusia a finales del primer milenio a.C. La necrópolis de Filippovka contiene 29 kurganes, túmulos artificiales cuyas medidas oscilan entre los tres metros de alto hasta los veinte, en cuyo interior disponían los aristócratas sármatas sus tumbas, acompañadas de lujosos ajuares funerarios. Entre los años 1986 y 1988, el arqueólogo ruso Anatoli Pschenichnik excavó el kurgan número 1, bautizado como Túmulo Real debido a sus grandes dimensiones, con más de 80 metros de diámetro y con una altura de ocho metros. En su interior descubrió una gran colección de joyas, vasijas de cristal, armas y 26 figurillas de ciervos de madera recubiertas de oro.
Sin embargo, en la Academia Rusa de Ciencias no estaban convencidos de que se hubiera dicho la última palabra sobre el yacimiento de Filippovka, en particular sobre la parte oriental del Túmulo Real, una sección de cinco metros de alto y 50 de largo, que Pschenichnik dejó sin excavar creyendo que había sido saqueada en la Antigüedad. Para comprobarlo, la Academia organizó en el verano de 2013 una nueva campaña arqueológica en el yacimiento y encargó a Leonid Yablonsky, especialista en cultura escita y sármata del Instituto de Arqueología, la dirección de las excavaciones.
Un rico enterramiento
Lo primero que localizaron los arqueólogos fue un paso subterráneo cerca del lado oriental del Túmulo Real que conducía al interior de la tumba. Al penetrar por él se toparon con algo inesperado: un enorme caldero de bronce fundido, de 102 centímetros de diámetro, decorado con tres asas, cada una de ellas compuesta por dos cabezas de grifos enfrentadas. Sorprendidos, llegaron a la conclusión de que el pesado caldero fue dejado allí por quienes lo trasladaban al verse incapaces de arrastrarlo al interior de la tumba. Cuando los exploradores llegaron al final del pasadizo, se encontraron con una fosa funeraria, de 4 por 4,8 metros de diámetro y 4 metros de profundidad, que a primera vista parecía no haber sido violada. Al fondo yacía un esqueleto humano acompañado de un ajuar funerario excepcionalmente rico y variado. Gulnara Obidennova, directora del Instituto de Enseñanza Histórica y Jurídica de Ufá y componente del equipo arqueológico, valoró así más tarde la importancia del descubrimiento: «El hallazgo es realmente sensacional porque la tumba estaba intacta: los objetos materiales y las joyas estaban en los sitios donde los habían colocado los sármatas […] Los elementos de vestimenta y los colgantes están bien conservados. En cada dedo llevaba una sortija con distintas piedras e imágenes de animales. A su lado había varios frascos que, probablemente, contenían cosméticos. A su izquierda había un espejo con mango de oro ornamentado, similar a un cetro. Sus muñecas estaban adornadas con opulentos brazaletes».
Junto al cráneo del difunto, adornado con colgantes de oro decorados con esmalte, alguien había depositado una caja de madera repleta de objetos: frasquitos de plata y de vidrio, una caja de plata, un pectoral de oro, vasijas de barro, bolsas de cuero y, lo más curioso de todo, unos dientes de caballo con restos de pigmentos de color rojo. El vestido que cubría el cuerpo se hallaba en muy mal estado, pero todavía conservaba los elementos que se habían bordado sobre él: flores, rosetas y una placa de oro con animales representados. Había también 395 piezas de pan de oro que se habían cosido a los pantalones, la camisa y a un chal con flecos sujeto con una cadena de oro. Las mangas se habían bordado con abalorios multicolores que formaban un complejo patrón geométrico. Además, junto al cuerpo se encontró un equipo completo para realizar tatuajes compuesto por paletas de piedra, agujas de oro, cucharas de hueso para mezclar los colores y cuchillos de hierro con incrustaciones de oro.
¿Quién está enterrado?
Más de mil artefactos se recuperaron en total durante la excavación de este túmulo, que se ha datado en torno al siglo IV a.C. A la vista de la riqueza del ajuar funerario recuperado, no hay duda de que la tumba perteneció a un miembro destacado de la aristocracia sármata. Inicialmente, a juzgar por el tipo de objetos que acompañaban al difunto, se creyó que el propietario de la tumba era una mujer; sin embargo, los análisis osteológicos preliminares realizados a los restos parecen indicar que se trata de un varón. Este hecho era sorprendente, ya que resulta extraño encontrar la sepultura de un guerrero sármata al cual han enterrado rodeado de objetos de ornamento personal y sin armas. Está previsto realizar análisis de ADN a los restos y proceder asimismo a un detallado estudio de los materiales que le acompañaron en su último viaje. Muy posiblemente los resultados proporcionen más información sobre las circunstancias de la muerte y tal vez sobre la identidad del ocupante del túmulo 1 de Filippovka.