lunes, 18 de mayo de 2015

La caza de brujas.



La caza de brujas es la búsqueda de brujos, brujas o pruebas de brujería, que llevaba a acusar a la persona afectada de brujería, a un juicio y finalmente a una condena. Muchas culturas, tanto antiguas como modernas, han reaccionado de forma puntual a las acusaciones de brujería con miedo supersticioso y han castigado, o incluso asesinado, a los presuntos o presuntas practicantes.
La caza de brujas como fenómeno generalizado es característica de la Europa Central a inicios de la Edad Moderna. Base para la persecución masiva de mujeres (puntualmente también menores y hombres e incluso animales) por la Iglesia y sobre todo por la justicia civil, fue la idea, extendida entre teólogos y juristas, de una conspiración del Demonio para acabar con la Cristiandad.
En la antigüedad, la creencia en magos se puede documentar en las grandes culturas del pasado. Las artes mágicas eran observadas de cerca en la época y a menudo se temía que fueran magia negra. Tanto en el Código de Hammurabi (la prueba del agua) de Babilonia como en el Antiguo Egipto se castigaba a los magos. Sin embargo, nunca llegó a una persecución masiva de presuntas brujas, como se realizaría más tarde a comienzos de la Edad Moderna.
La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, prohíbe la magia: «No realizaréis adivinación ni magia» (Levítico 19:26). Además llama a la persecución de la magia: «Los magos no los dejarás vivir» (Éxodo 22:18). Esta formulación fue traducida, de forma gramaticalmente correcta, más tarde por Lutero como «Las magas no las dejarás vivir». Pero brujas, en el sentido moderno, no aparecen en la Biblia, lo que no evitó que los teóricos de la brujería usaran estas menciones como prueba de su existencia y para su condena.
En otros lugares de la Biblia, encuentros con magos y adivinadores se relatan de forma algo más positiva. El rey Saúl busca consejo en la Bruja de Endor (I Samuel 28,5-25), a pesar de que él mismo había prohibido la adivinación, por su desesperación ante los filisteos. En cambio, los Reyes Magos que rinden homenaje al niño Jesús (Evangelio de Mateo 2,1-2) no son realmente hechiceros o adivinos; el original griego utiliza la palabra magi, que en ese entonces designaba más bien a sabios y científicos, más que a brujos.
La Iglesia primitiva en general no participa en estas persecuciones, aunque ya la Iglesia primitiva rechazaba las prácticas y el pensamiento de la brujería al verlos como una superstición (Canon episcopi).


La Edad Media, los germanos, antes de su conversión al cristianismo, conocían la quema de los magos que realizaban encantamientos perjudiciales. Sin embargo, en la Baja Edad Media carolingia no hubo caza de brujas. De hecho, el Concilio de Paderborn del año 785 castigaba tanto la creencia en brujas como su persecución.
Quien, cegado por el Demonio, cree como los paganos que alguien es una bruja y come a personas, y la queme por ello o deja comer su carne por otros, será castigado a pena de muerte. 
Carlomagno lo validó con una ley, probablemente relacionada con las prácticas paganas de los sajones contra las que el rey luchaba en la década de los años 80 del siglo VIII.
En Hungría se refieren a ellas en latín como strigis, y a principios de la Baja Edad Media, el rey Colomán de Hungría (1095-1116) sancionó en uno de sus recopilaciones de leyes un artículo que rezaba: "De strigis vero, quae non sunt, nulla quaestio fiat" ("Sobre las brujas, ya que éstas no existen, no se harán examinaciones indagando por ellas")[cita requerida]. Tras esto, el reino cristiano y católico húngaro fue una de las excepciones durante la época medieval en donde la brujería no fue perseguida. De hecho, los posteriores monarcas húngaros fueron en extremo flexibles con los judíos, cumanos y uzbecos musulmanes, así como con las otras etnias croatas, serbias y eslovacas que habitaban dentro de las fronteras del reino, respetando sus idiomas y particularidades culturales.
En Alemania, las primeras pruebas de la existencia de la palabra bruja, Hexe, aparecen en los Frevelbüchern (leyes) de la ciudad de Schaffhausen de finales del siglo XIV (1368/87), como ha demostrado Oliver Landolt. En Lucerna aparece la palabra por primera vez en 1402.
Durante la Inquisición, el siglo de las Luces aparecieron historiadores europeos que acusaban a la Iglesia y a la Inquisición de la caza de brujas porque las persecuciones habían sido en nombre de Dios y habían sido sacerdotes quienes inventaron la imagen de la bruja maléfica. Autores católicos, posteriormente, reivindicaron el papel de la Iglesia aduciendo que la creencia en las brujas no fue una invención de la Iglesia y que fue la justicia de los príncipes la que había asesinado a miles de hombres y mujeres con la acusación de brujería. La controversia se mantiene.
Las primeras condenas de brujos y brujas se realizan en el siglo XIII, con la aparición de la Inquisición, cuya actividad principal no es contra la brujería, sino contra la herejía. En las instrucciones del Papa Alejandro IV del 20 de enero de 1260 a los inquisidores, las brujas no debían ser perseguidas de forma activa, sino sólo bajo denuncia. El motivo es que cualquiera podía denunciar a su vecino por cualquier motivo y las denuncias eran algo cotidiano. La lucha contra las brujas se confunde con la lucha contra el paganismo y las herejías.
Si bien la creencia en la brujería es un viejo fenómeno universal, recién es con el cristianismo que se comienza a perseguir las artes de las brujas como algo maligno y aparece la brujería demoníaca. Hasta ese momento los magos, nigromantes y brujos habían existido en toda Europa, Asia y África sin ser perseguidos. Su magia era considerada magia blanca y no una herejía. El Código Teodosiano promulga, por primera vez, una ley en contra del ejercicio de la magia, en 429. En 534, el segundo Código de Justiniano prohíbe consultar a los astrólogos y adivinos por ser una «profesión depravada». El Concilio de Ancira o Concilio de Elvira, en 306, declara que matar a través de un conjuro es un pecado y la obra del demonio. El Concilio de Laodicea solicita, en 360, la excomunión de todo aquel que practique la brujería o la magia. Durante la Edad Media, la Iglesia, y en especial la Inquisición, si bien no prendieron directamente las piras, participaron activamente en generar el clima de violencia y paranoia misógina que apareció en Europa en esa época. 
Al comienzo la caza de brujas fue dirigida por los tribunales eclesiásticos, es decir, los jueces inquisidores, pero en el siglo XVI estos son reemplazados por los tribunales laicos, o sea, los jueces civiles. 
No fue sino hasta 1657, cuando ya habían muerto miles de personas, que la Iglesia condenó las persecuciones, en la Bula Proformandis.
La caza de brujas en la Europa moderna, se llevó a cabo a comienzos de la Edad Moderna sobre todo en la Europa Central. Se basaban en la denuncia a supuestos seguidores de la llamada ciencia de las brujas. La persecución de 1450–1750 (con un máximo entre 1550 y 1650) era sólo en parte una acción eclesiástica contra la herejía, principalmente se trataba de un fenómeno de histeria colectiva contra la magia y la brujería, que convirtió la magia en un delito y tuvo como consecuencia recriminaciones, denuncias, procesos públicos en masa y ejecuciones.
Investigaciones recientes muestran que solía sospecharse de brujería en mujeres viejas y en las personas socialmente más débiles. A menudo bastaban rumores o denuncias para poner en marcha la maquinaria judicial, que llevaba a conseguir confesiones falsas a través de la tortura.


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