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lunes, 14 de marzo de 2016

El último rey de Roma.



El último rey de Roma fue Tarquinio el Soberbio. Tarquinio usó la violencia, el asesinato y el terror para mantener el control sobre Roma, derogó muchas reformas constitucionales enfureciendo de esta forma al pueblo romano. Dio muerte a su suegro para acceder al trono, persiguió a sus rivales en el Senado y libró cruentas guerras de conquista. Tarquinio el Soberbio pasó a la historia como el tirano que causó la caída de la monarquía romana. El punto crucial de su reinado fue cuando permitió la violación de Lucrecia, una patricia romana, por parte de su hijo Sexto. Se convocó al Senado, que decidió la expulsión de Tarquinio. El Senado abolió la monarquía, convirtiendo a Roma en una república en el año 509 a.C.




La historia tradicional de los orígenes de Roma gira en torno a una fecha crucial: el año 509 a.C., en que fue derrocado el último de los siete reyes que gobernaron la ciudad desde la época de Rómulo, dos siglos y medio atrás, para dar paso a la República. Ese último rey de Roma se llamaba Tarquinio, pero la tradición histórica romana le dio el apodo de «el Soberbio», diferenciándolo así de otro Tarquinio que había reinado en Roma unas décadas antes, Tarquinio Prisco. En efecto, en la memoria histórica de la Roma republicana Tarquinio el Soberbio encarnó los peores vicios de la monarquía y fue visto como un modelo de tirano y enemigo de la patria.

Sin embargo, durante el gobierno de su último rey etrusco, Roma vivió un gran auge económico y cultural, un gran desarrollo urbanístico y una expansión territorial sin precedentes. El prestigio militar de Tarquinio, la fuerza política de su monarquía y el apoyo de las ciudades etruscas más poderosas garantizaron la supremacía de Roma en el Lacio y contribuyeron a que la ciudad se convirtiese en la máxima potencia en la región del mar Tirreno. Resulta difícil determinar cuál de las dos visiones antagónicas de Tarquinio se aproxima más a la realidad. De hecho, conocemos muy poco sobre su gobierno y a veces las noticias están cubiertas por el velo de la fantasía.


El crimen original

Los historiadores Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso narran con gran detalle el ascenso de Lucio Tarquinio al poder. El rey Servio Tulio, ejemplo de gobernante honrado y benefactor del pueblo, tenía dos hijas, ambas de nombre Tulia, pero de personalidades contrapuestas: si una era de carácter dulce, la otra destacaba por su arrogancia. Ambas fueron entregadas en matrimonio a Lucio Tarquinio y a su hermano Arrunte, también de temperamento opuesto; sólo que la joven apacible se casó con el Soberbio y la arrogante se convirtió en esposa de Arrunte. Pronto Tarquinio y su cuñada eliminaron a sus respectivos cónyuges y contrajeron matrimonio. Instigado por su nueva esposa, Tarquinio comenzó a desacreditar a su suegro, hasta que en una ocasión se rodeó de un grupo armado y, sentado frente a la Curia, se proclamó heredero del trono de su antepasado Tarquinio Prisco, que había muerto asesinado. Servio Tulio, sin escolta y privado del apoyo del Senado, fue asesinado por los sicarios de Tarquinio. Su cuerpo quedó abandonado en una calle vecina al foro, el clivus urbius. Su hija Tulia dio muestras de su impiedad arrollando con su carro el cadáver de su padre.

Livio presenta el gobierno de Tarquinio como una auténtica tiranía. El rey, escribe, «hizo matar a los senadores más importantes que sospechaba habían sido partidarios de Servio» y gobernó sin aceptar más consejo que el de sus propios familiares. Él mismo decidía las causas que implicaban la pena capital, de modo que «estaba en su mano ejecutar, desterrar y privar de bienes». Iba siempre rodeado de guardaespaldas, pues sabía que «tenía que afirmar su poder sobre el miedo».

Hoy día, los historiadores interpretan la entronización de Tarquinio de diversas formas. Por ejemplo, se ha planteado que existían en Roma dos facciones, una factio Tarquinia partidaria de los ideales aristocráticos, y otra favorable a los innovadores movimientos sociales y políticos de Servio Tulio, quien, entre otras cosas, organizó al pueblo romano en tribus, dando así una base popular al ejército. Asimismo, se ha comparado el gobierno de Tarquinio con las tiranías griegas arcaicas, con todas sus luces y sombras. Se trataba de un despotismo basado en un poder absoluto, en el que los reyes estaban protegidos por un amplio aparato de seguridad y manifestaban un particular amor al fasto. También era característico de estos tiranos el empeñarse en aventuras internacionales y en grandes programas urbanísticos.

En cuanto a esto último, se sabe que Tarquinio el Soberbio impulsó en Roma el desarrollo de infraestructuras urbanas y de numerosos edificios civiles y religiosos. Ejemplo de ello fue la construcción del gran templo de Júpiter Óptimo Máximo en el monte Capitolino, en la que participaron los mejores artesanos etruscos y la plebe romana. Tarquinio hizo erigir también las tribunas del Circo Máximo, que ya se había comenzado a edificar en tiempos de Tarquinio Prisco. A fines del siglo VI a.C. se terminó asimismo la excavación de la Cloaca Máxima, una imponente obra de ingeniería hidráulica que permitió resolver definitivamente el peligro de las inundaciones a las que el foro estaba expuesto, dado que se hallaba en una zona pantanosa en la que confluían las aguas de los montes circundantes.


Un rey guerrero

En relación con la política exterior, Tarquinio continuó el proyecto de expansión territorial diseñado por su predecesor. Su principal objetivo fue el control de las ciudades latinas y etruscas que se hallaban en territorio fronterizo o en zonas de importancia estratégica, para así contener el avance de volscos, sabinos y ausonios, considerados enemigos de Roma. Primero conquistó Pomezia, que lindaba con territorio volsco; con su botín se inició la construcción del templo de Júpiter en Roma. Después, el monarca emprendió la conquista de Gabii, ciudad que defendía de los sabinos el lado oriental del Lacio. Para ello, al parecer Tarquinio se sirvió de una atrevida estratagema. Su hijo menor, Sexto Tarquinio, buscó asilo político en Gabii, fingiendo huir de las atrocidades de su padre. Tras ser acogido en la ciudad y convertirse en un hombre prominente, reveló sus verdaderas intenciones: eliminó a los representantes de la ciudad, confiscó sus propiedades y esquilmó al pueblo. La ciudad, exhausta, se entregó a Roma sin resistencia. Tampoco sabemos hasta qué punto esta historia sucedió como la contaron los cronistas romanos. En todo caso, los privilegios legales de los que gozó Gabii en los siglos posteriores parecen apuntar a que la ciudad fue anexionada a Roma más o menos amigablemente en época monárquica.

Para cerrar el anillo de protección del Lacio, Tarquinio se aseguró asimismo el control de Tusculum mediante el matrimonio de una de sus hijas con el tusculano más destacado, Octavio Mamilio, que se decía descendiente de Ulises. Además de Pomezia, Gabii y Tusculum, Roma dominaba Circeo y Signa, y contaba con la alianza de los pueblos latinos de Aricia, Lanuvio, Laurentium, Cori, Tíbur y Ardea.


La expulsión de Roma

Tradicionalmente, el fin de Tarquinio el Soberbio se relaciona con un episodio violento protagonizado por su hijo Sexto: la violación de Lucrecia, una patricia romana casada con un pariente del propio rey. El suicidio de la joven tras el ultraje suscitó tal indignación que los romanos, liderados por Bruto, un sobrino de Tarquinio, decidieron prohibir el regreso del rey –que en esos momentos se encontraba en una campaña militar contra Ardea– y expulsar de la ciudad a todos los miembros de su familia. Según la tradición, Lucio Junio Bruto y Tarquinio Colatino, convertidos en libertadores del pueblo, se proclamaron cónsules, una nueva magistratura anual que sustituía a la figura del monarca. Quedaba así abolida la monarquía y daba inicio el sistema republicano. Naturalmente, éste es un relato legendario, elaborado mucho después de los acontecimientos. Los historiadores actuales han propuesto diversas hipótesis sobre la caída de Tarquinio: una revolución interna, la amenaza de otro líder etrusco, la reacción latina a la supremacía etrusca, o una evolución más gradual por la que la vieja aristocracia fue sustituida por la nobleza de corte que se desarrolló en torno al «tirano».

Tras su expulsión de Roma, los Tarquinios buscaron refugio en ciudades etruscas aliadas. Sexto Tarquinio acudió a Gabii, donde fue asesinado; dos de sus hermanos se refugiaron en Caere, y Tarquinio el Soberbio buscó asilo en su tierra natal, Tarquinia, donde empezó a tramar la restauración de la monarquía en Roma. Inicialmente, Tarquinio trató de organizar una conjura por medio de legados enviados a Roma a reclamar las propiedades de la familia real. En el complot se involucraron numerosos jóvenes contrarios al nuevo sistema republicano, entre ellos los hijos del cónsul Junio Bruto. Pero la intriga fue denunciada, las propiedades reales fueron confiscadas y se condenó a los conjurados a ser azotados y decapitados públicamente.
Recuperar el trono perdido

El monarca exiliado organizó entonces un ejército con tropas de Tarquinia y Veyes y atacó Roma. Sin embargo, fue derrotado y en la batalla perdió la vida uno de sus hijos, Arrunte Tarquinio, aunque por parte de la República también falleció el cónsul Junio Bruto. Los Tarquinios pidieron asilo y apoyo a Lars Porsena, rey de Clusium. Porsena marchó con sus tropas contra Roma, pero la heroica resistencia de Horacio Cocles, Mucio Escévola y de la joven Clelia lo llevó a firmar la paz con Roma y a negar su ayuda a Tarquinio. De nuevo en el exilio y ya anciano, el Soberbio se refugió en Tusculum, en la corte de su yerno Octavio Mamilio, quien instigó a treinta ciudades latinas a coaligarse contra Roma. En la batalla del lago Regilo, la caballería y la infantería romanas, guiadas por Aulo Postumio y Tito Ebucio, vencieron a las tropas etruscas y latinas, comandadas por Mamilio, Tarquinio y uno de sus hijos.

Fue el golpe final para el viejo rey. Cuenta Dionisio de Halicarnaso que ni latinos, ni etruscos ni sabinos quisieron acoger a Tarquinio, quien, cumplidos ya los 90 años, encontró refugio en la corte de Aristodemo el Malvado, tirano de Cumas. Allí murió y fue sepultado a los pocos días.