Durante muchos años mi esposa Keri y yo batallamos. Mirando atrás, no entiendo bien cómo fue que nos casamos, nuestras personalidades no eran muy compatibles. Cuanto más tiempo llevábamos de casados, más profundas parecían ser nuestras diferencias. La fortuna y la fama no hicieron nuestra vida más fácil. Al contrario, parecía que los problemas solo se estaban agravando. Nuestras peleas se volvieron constantes y era difícil incluso imaginar una relación pacífica. Siempre estábamos a la defensiva, creando fortalezas emocionales alrededor de nuestros corazones. Estábamos a punto de divorciarnos y en varias ocasiones llegamos a discutirlo.
Estaba en la gira promocionando mi libro cuando las cosas llegaron al extremo. Tuvimos otra pelea seria por teléfono y Keri me colgó. Estaba solo y me sentía solo, frustrado y enojado. Había alcanzado mi límite. Estaba en la ducha, en Buckhead, Atlanta Ritz-Carlton, gritando que mi matrimonio era un gran error y que ya no podía aguantarlo. Odiaba la idea del divorcio pero la idea de seguir así me lastimaba demasiado. Estaba confundido y no podía entender por qué mi matrimonio con Keri era tan difícil. En mi corazón sabía que Keri era buena persona. Y que yo también lo era. ¿Entonces por qué no nos llevábamos bien? ¿Por que me casé con alguien tan diferente a mí? ¿Por qué ella no podía cambiar?
Al final, ronco y con el corazón roto, me senté en la ducha y empecé a llorar. De pronto, desde las profundidades de mi ser llegó la inspiración. No puedes cambiarla, Rick. Solo puedes cambiarte a ti mismo. Al día siguiente regresé a casa. Mi esposa fría apenas me saludó. Esa noche, cuando nos acostamos a dormir, los centímetros que nos separaban parecían kilómetros. Sabía que tenía que hacer algo.
A la mañana siguiente, le pregunté a Keri: «¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?
Keri me miró enojada: «¿Qué?»
«¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
«Nada», dijo ella. «¿Por qué lo preguntas?»
«Porque en serio quiero hacerlo», dije. «Solo quiero saber qué puedo hacer para que tu día sea mejor».
Me miró con ironía. «¿Quieres hacer algo? Pues ve y limpia la cocina».
De seguro pensaba que me enojaría. En lugar de eso, solo asentí con la cabeza. «Vale». Me levanté y limpié la cocina.
Al día siguiente le pregunté lo mismo. «¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
«Limpia la cochera».
Respiré profundo. Tuve un día ocupado y sabía que lo dijo solo para enojarme. Sentía la tentación de enojarme. Pero solo dije: «Ok». Me levanté y pasé dos horas seguidas limpiando la cochera. Keri no sabía qué pensar.
Llegó la mañana siguiente. «¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
«¡Nada!», me dijo. «No puedes hacer nada. Por favor, deja de preguntarlo».
«Disculpa», le contesté. «Pero no puedo. Me hice una promesa a mí mismo. ¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
«¿Por qué lo haces?»
«Porque me importas», le dije. «Y me importa nuestro matrimonio».
A la mañana siguiente pregunté otra vez. Y lo seguí preguntando. Luego, en la segunda semana, sucedió un milagro. Cuando le hice la misma pregunta, los ojos de Keri se llenaron de lágrimas. Empezo a llorar. Cuando pudo hablar, me dijo: «Por favor, deja de preguntármelo. Tú no eres el del problema. Soy yo. Soy una persona difícil de aguantar. No sé por qué sigues a mi lado».
Suavemente levanté su mentón para que me viera a los ojos. «Porque te amo», le dije. «¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
«Soy yo la que debería preguntártelo».
«Cierto», le dije. «Pero no por ahora. Ahora necesito cambiar yo. Quiero que sepas lo que significas para mí».
Ella puso su cabeza en mi pecho. «Perdóname por comportarme tan feo».
«Te amo», le dije.
«Te amo», me respondió.
«¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?»
Me miró con cariño. «¿Podemos solo pasar un rato juntos?»
Le sonreí. «Me encantaría».
Seguí preguntando durante más de un mes. Y las cosas realmente cambiaron. Las peleas terminaron. Entonces Keri empezó a preguntarme: «¿Qué puedo hacer para ser buena esposa?»
La muralla entre nosotros cayó, empezamos a tener conversaciones profundas y con sentido acerca de qué es lo que queríamos de la vida y cómo podíamos hacernos felices mutuamente. No, no resolvimos todos nuestros problemas. No puedo decir que jamás volvimos a pelear. Pero la naturaleza de nuestras discusiones cambió. No solo se volvieron menos frecuentes sino también les faltaba energía. Les cortamos el oxígeno. Dejamos de permitir que nos lastimaran.
Keri y yo llevamos más de treinta años de casados. No solo amo a mi eposa, me gusta. Me gusta estar con ella. La necesito. La adoro. Muchas de nuestras diferencias se han vuelto nuestras fortalezas y otras no importan. Hemos aprendido cómo cuidar el uno del otro y, lo más importante, tenemos ganas de hacerlo.
El matrimonio es difícil. Pero también lo es ser padre, hacer ejercicio, escribir libros y todo lo demás que me importa en la vida. Tener una pareja es un regalo significativo. También he aprendido que el matrimonio puede ayudarnos a aceptar los rasgos que no nos gustan de nosotros.
A través del tiempo he aprendido que nuestra experiencia fue una ilustración de otra lección, aún más grande, acerca del matrimonio. La pregunta que todos aquellos que están en una relación deberían hacerle a sus parejas es esta: «¿Qué puedo hacer para mejorar tu vida?». Es el amor. Las novelas románticas (he escrito algunas) son acerca del deseo y final feliz para siempre, pero ese «final feliz para siempre» no proviene del deseo. El verdadero amor no se trata de desear a la persona, sino sinceramente desear que sea feliz, a veces incluso a expensas de nuestra propia felicidad. El amor verdadero no es lograr que tu pareja sea tu copia. Es expandir nuestras habilidades de tolerancia y buscar constantemente que tu pareja se sienta bien. Lo demás solo es una farsa de interés egoísta.
No quiero decir que mi experiencia funcione en todas las relaciones. Tampoco afirmo que todos los matrimonios del mundo deben ser salvados. Pero yo personalmente estoy increíblemente agradecido por la inspiración que me llegó ese día. Estoy agradecido con la vida porque mi familia sigue intacta y aún tengo a mi esposa, a mi mejor amiga en la cama cada mañana al despertar. Y estoy feliz porque incluso ahora, décadas después, aún nos preguntemos «¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?». Esto hace que valga la pena despertarse en la mañana.
Autor: Richard Paul Evans
via:genial.guru