Restos de Palmira - una vez una de las ciudades más ricas de la antigüedad, que se encuentra en un oasis del desierto de Siria.
El Imperio de Palmira fue un efímero Estado del Oriente Próximo escindido del Imperio romano, formado a partir de la sublevación del reino de Palmira, un reino nabateo clientelar a Roma, en el año 260 con la supuesta intención de dominar a los dos que le flanqueaban, el romano y el sasánida y a partir de las crisis del siglo III. Comprendía las provincias romanas de Siria-Palestina, Egipto y zonas del sureste de Asia Menor. El imperio tomó su nombre de la ciudad capital, Palmira. Sólo tuvo una gobernante, la reina Zenobia. El emperador Aureliano retomó el control de la zona para el Imperio romano en el 273.
Con el incentivo de aprovechar el vacío de poder que el Imperio sasánida aún no había alcanzado a llenar, Zenobia logró deponer al pretendiente que se alzó en Egipto para el trono romano y reclamó la corona del imperio para su hijo. El reino de Zenobia se extendió desde Egipto hasta Asia Menor, abarcando Siria-Palestina, Egipto y amplios territorios en Asia Menor. Al principio, Aureliano había sido reconocido como emperador, mientras que Vabalato, el hijo de Zenobia, disfrutaba del título de rex e imperator («rey» y «comandante militar supremo»), pero Aureliano decidió invadir las provincias orientales en cuanto se sintió suficientemente fuerte.
De esta forma, el emperador Aureliano emprendió una campaña militar contra Zenobia y la derrotó. La ciudad de Palmira recibió el perdón en un principio pero, ante un intento de rebelión de sus habitantes, fue completamente destruida.
Zenobia mirando por última vez Palmira
La principal atracción de Palmira son las ruinas, entre las que se destaca el templo de Bel. Edificado en el año 32 después de Cristo, fue consagrado al culto de Bel, derivación del término babilónico Baal, que significa amo. Era el dios supremo de los habitantes de la ciudad, el dios de los dioses. En el templo, que fue transformado en iglesia en el siglo IV, se hacían sacrificios de animales.
A pocos metros del templo comienza una gran columnata de 1200 m que era el eje de la vieja ciudad, que llegó a tener cerca de 200.000 habitantes (número enorme para una ciudad de aquella época). Entre las columnas, por la amplia calle, transitaban los animales, y debajo de las columnas había veredas para el tránsito de las personas. A los lados de la extensa columnata hay una serie de ruinas en mayor o menor grado de conservación: el templo de Nebo, deidad babilónica; el templo funerario; el campamento de Diocleciano, que antes había sido el palacio de la reina Zenobia; el teatro y, entre otros, el ágora, donde se realizaban operaciones comerciales y se discutía. Un poco alejado de la columnata hay un hermoso templo cuya función no se conoce con exactitud, pero el edificio se conserva muy bien.
Saliendo de la ciudad, adentrándose un kilómetro en las montañas, hay un sitio de paisaje inquietante y desolador, con construcciones como torres cuadradas y macizas. Es el valle de las tumbas. Hay tres tipos de tumbas y fueron construidas en los tres primeros siglos de esta era. Algunas de estas construcciones podían llegar a albergar hasta 500 cuerpos.
Situada en un oasis en el norte del desierto de Siria, en la actual provincia de Homs a unos 240 km al noreste de Damasco y a 3 km de la moderna ciudad de Tadmor o Tadmir.
En la actualidad sólo persisten sus amplias ruinas que son foco de una abundante actividad turística internacional. Aún siguen en pie el Templo de Bel y la columnata, de 1,6 km de longitud, compuesta por unas 1.500 columnas corintias originales. En 1980 fue declarada, por la UNESCO, Patrimonio cultural de la Humanidad.
La principal atracción de Palmira son las ruinas, entre las que se destaca el templo de Bel. Edificado en el año 32 después de Cristo, fue consagrado al culto de Bel, derivación del término babilónico Baal, que significa amo. Era el dios supremo de los habitantes de la ciudad, el dios de los dioses. En el templo, que fue transformado en iglesia en el Siglo IV, se hacían sacrificios de animales.
A pocos metros del templo comienza una gran columnata de 1200 m que era el eje de la vieja ciudad, que llegó a tener cerca de 200.000 habitantes (número enorme para una ciudad de aquella época). Entre las columnas, por la amplia calle, transitaban los animales, y debajo de las columnas había veredas para el tránsito de las personas.
A los lados de la extensa columnata hay una serie de ruinas en mayor o menor grado de conservación: el Templo de Nebo, deidad babilónica; el Templo funerario; el campamento de Diocleciano, que antes había sido el palacio de la reina Zenobia; el teatro y, entre otros, el Ágora, donde se realizaban operaciones comerciales y se discutía.
Un poco alejado de la columnata hay un hermoso templo cuya función no se conoce con exactitud, pero el edificio se conserva muy bien.
Saliendo de la ciudad, adentrándose un kilómetro en las montañas, hay un sitio de paisaje inquietante y desolador, con construcciones como torres cuadradas y macizas. Es el valle de las tumbas. Hay tres tipos de tumbas y fueron construidas en los tres primeros siglos de esta era. Algunas de estas construcciones podían llegar a albergar hasta 500 cuerpos.